El hombre se volvió hacia mí. Su rostro estaba cubierto por
las sombras. No se distinguía en la oscuridad del bosque que nos rodeaba pero
el hacha que blandía era fácil de ver: Brillaba con la sangre de su víctima.
Sonreía con locura. Las sombras estaban vivas y desformaban sus facciones. Era
una escena de pesadilla... pero yo estaba despierto.
El poseído estaba ante mí. Me era imposible centrar la
mirada en él, como si estuviese en un punto ciego causado por un tumor o una
enfermedad ocular. Sangraba sombras, como tinta bajo el agua, como una nube de
sangre tras el ataque de un tiburón. Era presa del pánico. Me así a la linterna
como si mi vida dependiera de ella, para evitar que se acercara aún más. De
pronto ocurrió algo y la luz pareció brillar con más intensidad.
Durante mucho tiempo la presencia oscura había dormitado
débil, como una pesadilla casi olvidada o un destello sombrío en el bosque, por
la noche; no lo bastante real como para existir y, al mismo tiempo, demasiado
evocadora como para disiparse por completo. Ahora despertaba, aquel novelista
era una mosca atrapada en una telaraña cuyos hilos transmitían sus vibraciones
hasta su guarida. Podía percibirlo. Podía utilizarlo. Sólo necesitaba un
pequeño incentivo.
Los oí antes de verlos, lanzándose en picada desde el cielo,
chillando. Me di la vuelta cuando la nube se abalanzó sobre mí. Durante un
instante pude ver un centenar de ojos muertos, perlas negras que brillaban en
la oscuridad. Levanté mi linterna y el enjambre explotó como fuegos artificiales.
Sus plumas ardían, convirtiéndose en cenizas. Mis gritos se perdían entre los
suyos.
Al principio seguía encontrando las páginas casi de forma
accidental. El libro que no lograba recordar era, o una profecía terrible y
cruel o un acto de creación que había rescrito el mundo. Empezé a buscarlas de
manera incansable ya que albergaban la respuesta del misterio. Así podría salvarme. Así podría salvar a Alice.
Me metí en el taller de la gasolinera. Estaba en oscuro y en
silencio. El lugar era un desastre. Parecía que alguien lo hubiera arrasado, o
que hubiera sido el escenario de una pelea. Entraba luz a través de una puerta
abierta en la parte trasera. Me dirigí hacia allá. Sin previo aviso, me cegó una luz
brillante. Un viejo televisor portátil, en el estante, se había encendido sólo.
Inexplicablemente, podía verme en la pantalla, hablando como un loco.
¿La cabaña de Cauldron Lake?, preguntó.
La alguacil me miraba con suspicaz. La primera luz del día
entraba por las ventanas de la oficina. Tal vez no hubiera podido salir del bosque con
vida sin su ayuda, pero no podía contarle la verdad de lo que había sucedido la
noche anterior. Pensaría que mentía o que estaba loco. Me encerraría. Y no me ayudaría a encontrar a Alice.
Stucky escupió en el suelo del taller e intentó sacudirse
las telarañas de la cabeza. La pareja no había ido a recoger las llaves. Desde
ese momento las cosas se complicaron. Algo, un sentimiento, llamó su atención. Levantó la vista y
miró fijamente, mientras su cerebro trataba en vano de procesar el horror que
tenía ante sí. Dio un traspié, volteó una lata de aceite. Un charco negro se
extendió por todo el suelo. Donde luchó por unos momentos antes de ceder a la
oscuridad, que lo envolvió de forma inexorable.
Rose sabía que había hablado demasiado, pero ya, no le
importaba. En lo que a ella respecta, su breve encuentro con Alan Wake había
sido, literalmente, lo mejor de su vida. Lo observó meterse en el coche con su esposa. Era guapa,
segura de sí misma, perfecta para Wake. No como ella. Estaban hechos el uno
para el otro. Hubiera dado lo que fuera por ser su amiga.
Barry Wheeler estaba loco de contento. Se había metido en un
avión después que Al y Alice ignorasen sus llamadas durante varios días. Tal
vez estuviesen disfrutando de una segunda luna de miel, pero Barry no lo creía.
Al estaba demasiado inquieto para ello, insomne, preocupado. Tenía muchos años lidiando con Alan Wake y no había vuelta
de hoja: Algo andaba mal.
Toby conocía su olor: el del hombre, el hombre bueno que
siempre lo mimaba y nunca se cansaba de jugar con él. Toby sacudió la cola,
emocionado, y ladró de alegría. Después percibió otro olor, uno inquietante, lo bastante
extraño como para ponerlo alerta. Confundido, gruñí desde lo más profundo de la
garganta. El olor venía del hombre bueno. Un terror ciego, primario, le atravesó el cerebro apenas un
instante antes que el hacha lo hiciera.
Barry bebió otro sorbo de aquel delicioso café. Le sonrió a
rose. Seguro que aquello era amor. Rose continuó sin tomar aliento: La nueva será una obra
maestra, ¡estoy segura! Dile que no haga caso a los tipejos de los foros que
dicen que nunca terminará Departure. Debería tomarse su tiempo para que sea
perfecta. Yo puedo esperar.